Tengo claro que cualquier camino hacia la igualdad deja sobre el tapete un montón de privilegios muertos y con ellos, un montón de privilegiados enrabietados que se resisten a dejar de serlo. Sucedió a los obispos cuando dejaron de ser los exclusivos protagonistas de la educación, sucedió a los nobles mucho antes que a ellos, ¿no sucede acaso a muchos hombres que tornan en violencia la rabia de perder el status de siempre?. A los jueces también les pasa. En este país ya se puede ser juez o "jueza", sin pertenecer a las históricas familias de la aristocracia magistral, de primogénito encauzado y toga comprada a los 5 años.
Viene esto a cuento de una entrevista publicada esta mañana a un tal Angel Luis Campo, de profesión juez, y que tiene poco desperdicio en la comprensión de ciertas realidades.
Dice el magistrado que en un país en el que aún en 2010, las mujeres cobran de media 5.800 euros menos al año que los hombres por hacer el mismo trabajo, "ser mujer se ha convertido en un mérito" . Dice el señor juez que una sociedad que ha visto morir, sólo en 2009, 59 ciudadanas, no debe llamar de "género" a una violencia que en la mayoría de los casos se ejerce sólo hacia mujeres, sólo en el ámbito familiar y siempre en relación con una idea de "pertenencia" claramente rota. Añade, el aplicado opositor que el hecho de que mi hijo de cuatro años haya aprendido a hablar de sus compañeros y compañeras significa una exploración de las diferencias en el aula, dice el aprendiz de predicador que la "discriminación positiva es mala". Si le hubieran preguntado por la educación pública, por la sanidad pública o por los servicios sociales públicos me imagino que también estaría en contra...también en ellos hay una discriminación evidente en favor de quienes no pueden pagárselos.
Ya está bien. Ya está bien de poner altavoces a predicadores rasos que aspiran a analizar la complejidad de una sociedad, desde la vulgar rutina de quien memoriza sin comprender y de quien no se ha molestado en bajarse en su vida de la atalaya confortable en que nació. Ya está bien de disfrazar de opinión cualificada cualquier alegato de radicalismo machista y si me apuráis ya está bien de que los hombres callemos y sigamos siendo cómplices de ingeniosas regresiones prehistóricas, que no esconden otra cosa que un pánico horroroso a perder privilegios adquiridos o heredados.
Seguramente uno no ha nacido en el mismo confortable hogar del señor juez, pero probablemente yo también, como él, fui educado en una idea y en una sociedad machista, pero uno prefirió ser libre aún a costa de enfrentarse a sus propias contradicciones y a su propia cultura y uno entendió a poco que quiso mirar desde los ojos de otros y otras, que la propia libertad no se puede ejercer sin la posibilidad de relacionarse en igualdad con los demás y que para que yo pudiera crecer como hombre y como persona, necesitaba y quería compartir, amar, discrepar y competir con compañeras que pudieran hacerlo en igualdad de condiciones. Que para que eso ocurriera teníamos que intervenir, que no bastaba ni con lo heredado ni con lo conocido, ni con la tradición, ni con la buena voluntad. Así que sí, como hombre he apoyado desde siempre, apoyo y apoyaré todas las medidas de discrimianción positiva que se han realizado hasta el momento, al menos hasta que los apuntes de realidad que os he transcrito más arriba desaparezcan. Que sinceramente creo que una sociedad democrática no lo es del todo, mientras contemos en las webs de turno el número de mujeres que han muerto, cometiendo el único error de interpretar un contrato matrimonial como lo que es, y no como un contrato de propiedad exclusiva firmado con sangre.
Tengo claro que estos alegatos postmachistas están directamente relacionados con la terrible e inexorable pérdida de ciertos privilegios, lo que no tengo tan claro es para que, por que y quien pone un altavoz a semejantes estruendos de la vieja sociedad dominante.