lunes, 18 de octubre de 2010

Dádivas y legitimidad


"Que sepas que yo también he ido gratis a la Zarzuela”. Esto me lo dijo un viejo amigo al que encontré casualmente en la calle unos días después de haber anunciado públicamente mi intención de solicitar formalmente los datos de las invitaciones cursadas al espectáculo “Viva la Zarzuela”. Mi amigo ni es funcionario municipal ni siquiera trabaja en ninguna empresa relacionada con el Ayuntamiento de Oviedo. Nada cambiaría mi opinión si así fuera, pero casualmente es un trabajador del sector bancario que conoce a alguien, que a su vez conoce a alguien…

Probablemente esa es la consecuencia más inmoral de la fiesta privada que a nuestra costa organizó Gabino de Lorenzo con su espectáculo lírico del verano; la de dividir en dos clases el tipo de ciudadanos de Oviedo: quienes están lo suficientemente cerca para recibir las dádivas del Alcalde y aquellos que ingenuamente pasan por taquilla e incluso se quedan sin localidad porque a base de diversificar la oferta gratuita de localidades, acaba colgándose invariablemente el cartel de “de no hay billetes”. Lo verdaderamente cierto y al margen del escandaloso episodio que relato, es que la sociedad ovetense en general ha “pasado olímpicamente” de la Zarzuela de Don Gabino y Don Arturo, que con el mayor presupuesto que haya tenido nunca una producción lírica propia, no hubiera reunido a más de 200 interesados en su estreno, si cierto funcionario municipal no se hubiera dedicado dos días antes a regalar tacos de entradas entre todo aquel y aquella que encontraba en los pasillos.

Lo peor de las dádivas en estos tiempos de crisis, es la desvergüenza con la que se pretende manejar las justificaciones. Cuando los datos que hicimos públicos hablaban por sí solos de la manifiesta inmoralidad, no se le ocurrió mejor cosa a la nueva Concejala del ramo – cuyas extraordinarias dotes literarias tuvimos, por cierto, la ocasión de comprobar también esta semana- que explicar que se trataba de un premio a los esforzados trabajadores públicos y aunque si esa tesis fuera verosímil y cada uno de los 1.000 trabajadores municipales hubiera ido efectivamente 6 veces a ver la misma Zarzuela- se repartieron más de 6.000 localidades-, lo penoso del argumento es la baja estima que a la inteligencia y al trabajo público tiene el Alcalde de la ciudad.

Tiene razón Comisiones Obreras cuando rápidamente contestó que los empleados públicos no necesitan ni regalos ni dádivas, necesitan salarios dignos y respeto a su trabajo y que considerar tal cosa era propio de otros tiempos y de otros regímenes, pero lo que creo que se nos escapa a todos, es el verdadero papel que en esta fiesta privada tenían los invitados. Sinceramente creo que no se trataba tanto de comprar voluntades- ya nadie se vende por dos entradas- como de legitimar la gran obra que Don Gabino pretende hacer pasar a la historia de la música lírica española: su obra.

A pesar de haber tirado la casa por la ventana y haberse gastado un millón de euros públicos que seguramente nos hubieran permitido pasar el corte de la capitalidad si se hubieran invertido en cultura; lo que no se puede comprar es ni el interés del público ni la opinión de la crítica. Como interés no hubo ninguno en una ciudad lógicamente más preocupada de otras cosas, se procedió a reclutar voluntarios a base de desprestigiar el valor de la entrada y como las críticas fueron lógicamente implacables con un espectáculo que termina con el “Asturias patria querida” – como lo leen-, siempre hay y hubo algún periódico “amigo” que endulza la opinión de su crítico cultural, con esa técnica curiosa de las encuestas a “pie de teatro” en que todo el mundo declara estar encantadísimo, haber visto algo “divertidísimo” y estar delante de una obra de arte. ¿ Usted diría otra cosa del anfitrión que le ha invitado a la merienda?. Con esto y un poco de suerte,el mundo oirá hablar de “Viva la Zarzuela”, la obra de un Alcalde de provincias.

Las dádivas pretenden comprar una legitimidad inexistente, pero ponen en evidencia algunos de los más preocupantes síntomas del fin de un tiempo. La inequívoca vanidad del regidor, la inmediata concreción de sus deseos, la confusión entre lo público y lo privado, la perdida del sentido de la realidad, me recuerda mucho, ahora que el Nobel de Literatura nos ha invitado a recordarlo, los síntomas de aquella “Fiesta del chivo”, que con tanto detalle nos contó Vargas Llosa en el final de régimen de Trujillo.
Al fin y al cabo, quien regala a una de sus fieles la posibilidad de ser candidata de su partido a la Presidencia del Gobierno de Asturias, sin otro merecimiento que la lealtad probada, ¿como no se va a creer con derecho a manejar los asientos del Campoamor como si de las sillas de Benia se tratará?, ¿ será por dinero público?.