Cuando al final del día, uno fuma un cigarrillo -con perdón- asomado a la ventana de su casa, me llamaba la atención el paso de esos camiones que con colores llamativos llenan y a veces paralizan las calles de nuestra ciudad repartiendo cubos para que podamos reciclar con acierto nuestras basuras urbanas. En mi calle, al menos, siempre me sorprendía el curioso mestizaje de una empresa en la que por sistema el conductor era blanco y quienes corrían de un lado a otro subiéndose y bajándose en marcha, eran inmigrantes de raza negra, que parecían jugarse la vida por la justa causa de que yo tuviera uno de esos cubos de diseño Oviedo a la altura de mi portal.
Lo que yo no podía imaginar - y creo que casi nadie- era todo el drama que se escondía detrás de una actividad económica singular de esta ciudad pero aparentemente legal. Lo que estos días hemos podido leer en los medios de comunicación, parece sacado de otro mundo, de otro país o ciudad. Gentes que recorren miles de kilómetros huyendo del hambre y de guerras y después de aguantar condiciones de esclavitud literal para obtener unos euros que apenas les dan para el alquiler, pueden encontrar la muerte sin nadie que les reclame ni sepa su nombre. No les hemos robado la dignidad, les hemos robado incluso la identidad.
No quiero hacer demagogia con estos temas, sólo preguntarme a mí mismo y a vosotros, cual es el límite soportable de ética que hoy somos capaces de aguantar en Occidente. Es evidente que para que todo esto pueda ocurrir, es necesario que exista uno o más personajes sin escrúpulos que aunque lo intenten no pueden llamarse a sí mismos empresarios. Pero mi pregunta es ¿ quién los ha criado?, ¿ de dónde salen estos tipos? ¿ son vecinos nuestros?.
Así que, Señora Concejala de Servicios Sociales no me venga usted ahora con otra discusión de competencias. Lo cierto es que la actividad económica que amparaba todo esto está relacionada con un servicio público municipal: el de recogida de basura y lo dramático es que este drama humano multiplicado por mil, ocurría aquí en la ciudad con más escobas de oro del mundo, en una sociedad civilizada y ante nuestros mísmisimos ojos.